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Cuando tuvo lugar en el s. XIX el desmesurado crecimiento de las ciudades debido a la Revolución Industrial, muchos arquitectos e ingenieros destinaron gran parte de su tiempo a elaborar cuidadas y detalladas teorías urbanísticas.

Que si las calles han de seguir un esquema reticulado para agilizar el desplazamiento, que si las viviendas han de tener un mínimo de metros cuadrados, que si es necesario un sistema de alcantarillado…

Gracias a ello hemos visto nacer barrios geométricos, frías y amplias avenidas que nos adentran en un mundo esbozado con tiralíneas.
Es más salubre, más práctico, más correcto.

¿Pero quién no desea perderse en las tortuosas calles del casco histórico antiguo y disfrutar de la estrechez de las calles que vuelcan sobre tu cabeza macetas con geranios?

A veces el caos es tan... reconfortante.

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