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Hace unos días vi un documental muy interesante. Se llamaba “Pecados de mi padre” y trataba sobre la vida de Pablo Escobar, el famoso narcotraficante colombiano.
Lo interesante del reportaje era que estaba contado desde el punto de vista de su hijo, un joven que ahora ronda la treintena y que pretendía hacer una revisión sincera y objetiva de lo que su padre había sido y significado, no solo en su vida, sino también en la de la población colombiana.

Me estremeció mucho su honradez, su valor a la hora de defenderle como buen padre y persona amante de su familia, a la vez que condenaba sus actos, tan reprobables, como la extorsión o el asesinato.

Con todo ello, quería tender una mano de reconciliación e invitar a los hijos de las víctimas de su padre a firmar una tregua y establecer un compromiso de paz y perdón mutuo.
Su carta, dirigida a éstos, me conmovió muchísimo, porque estaba llena de dolor y sentimiento de culpa y me dejó pensando el resto de la noche en nuestra particular visión del amor y del odio.

Sigo creyendo que solo odiamos a quien previamente hemos amado. Y quizás porque nunca les dejamos de amar, no nos perdonamos y los odiamos.
Pero también me hizo ver que hay personas que nos resultan nocivas y sin embargo son terriblemente benéficas para otras.

Y respetar esto, permitirlo sin interferir en ello, aceptar que quien es malo para mi, puede ser bueno para otra persona que quiero, es seguramente una de las verdades más duras de aceptar. Para mi y para cualquiera.
Asi que pensaré en ello.
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Yo tenía 5 y tú 6

Y saltaba en los charcos y llenaba botes de mermelada con agua de playa mientras me alimentaba de cuentos y castillos de arena mojada.
Tú me decías que el mundo se acababa en la línea del horizonte, donde los barcos desaparecían y las gaviotas volaban y, claro está, yo te creía, te miraba embobada, pues adoraba tu risa y tu mirada serena
Siempre me decías, que al morir, viviríamos en una estrella.
Llegaste en enero, te fuiste en abril.

Habrían de pasar siete años más para saber de ti.



Yo tenía 12 y tu 13

Yo seguía viendo duendes y hadas tras los recodos, pero tú me mirabas ausente, con expresión de incordio.
Si me besaste, si te besé, si deseaste hacerlo o reprimiste un “tal vez”, no me di cuenta. No más de cien.
Sufría la intensidad del amor, como solo la sufren los adolescentes, lleno de pasión y vacío de mente.
Anhelante como el hambre pero tenso como la cuerda de un violín.

Habrían de pasar otros siete años para volver a saber de ti.



Yo tenía 19 y tú 20

Fui a esperar tu tren y creo que entonces me viste por primera vez. Como si antes no hubiera existido, como si hubieras olvidado los juegos compartidos. Pero tus ojos eran de gato, de soldado experimentado, me dijiste que no me recordabas, pero sentí que tus manos temblorosas te habían delatado. Si me besaste, si te besé, no recuerdo cuántas fueron, quizás más de cien.
Te sentí con la misma intensidad que el viento del sur. Ese que llegaba cargado de canciones extrañas, de aromas exóticos, que venía de improviso para dejarte olor a mar, pero desaparece empujado por el frío invernal.
Me quisiste o tal vez no. Me extrañaste o tal vez no. Me encadené a mi corazón como la flor a su jardín.

Pero habrían de pasar diez años más para volver a saber de ti.




Yo tenía 30, tú 31.


Te casaste, me casé y me recordaste aquella estrofa que alguna vez te canté: ¿Qué será de nosotros, cuando nos vayamos y otros ocupen nuestro lugar?
No entendías que todavía creyera en la magia, en los bosques encantados, que creyera que tú y yo nos habíamos estado esperando.
Con la traición de los amantes condenados, con el sigilo del ladrón escarmentado, nos unimos en un temor a despertar sin haber soñado. Con el reloj de nuestras horas miserablemente hibernado.
Si te supliqué, si me suplicaste por última vez, no lo recuerdo. No más de cien.
Seguiste tu camino hacia la rutina, hacia la última página del libro, la que dice FIN.

Habrían de pasar otros diez años, para volver a saber de ti.




Yo tenía 40 y tú 41

Soñamos nuestros sueños a través de nuestros hijos. Los amamos, los quisimos con la esperanza de pervivir en ellos. La cautela reemplazó nuestra pasión inicial, la que nos decía que todavía había marcha atrás, la que susurraba todavía hay tiempo, y con la mirada resabida de los que se creen perfectos, mitigamos nuestro dolor en la alegría del reencuentro.
Si te acordaste de mí, si me acordé de ti, no lo recordé bien.
No más de cien.
Con la angustia del desertor, o el miedo del vencido, nos separamos de nuevo, con nuestro orgullo herido.
Usamos la sonrisa forzada de comodín.

Y dejé transcurrir 20 años más para volver a saber de ti.



Yo tenía 60 y tú 61

Nos pesaba la vida cargada de sueños incumplidos, de deseos frustrados y un amor prohibido. Me reí, te reíste, lloré, lloraste.
Nos mirábamos sin entender los límites de nuestro abandono, el que nos hizo amarnos sin comprometernos a fondo sin entender que nuestro amor no fue una casualidad, que nos dejamos vencer por la desidia y la comodidad. Que dejamos un barco a la deriva, que ya nunca llegará a puerto, pues se perdió entre la bruma del mediodía, cansado y hambriento.
Nos miramos con la pena de quién pierde un ser querido, sin haberse despedido, sin haberse confesado. Con el ancla como un lastre a mis pies anudado.
No sé si te convencí.

Pero habrían de pasar otros 20 años para volver a saber de ti.




Yo tenía 80 y tu 81


Fue por una carta, una que me mandaste. Te lamentabas de lo pasado y lo que no me contaste. Que fue el miedo a tener lo que se pudiera perder, la debilidad de querer lo que puede desaparecer. Y ahora que parece que el tiempo se ha perdido, lloras por las lágrimas que debiste haber vertido.
Pero antes de que no puedas leer lo que te he escrito, me estoy riendo por la evidencia de lo que tú nunca has visto.
Tan simple es la realidad, que solo los niños la pueden contemplar. Los que llenan botes de mermelada con agua del mar y mojan su botas en los charcos recién formados.
Los que sueñan con vivir en estrellas y viajar sin descansar.
¿Es que no lo ves?


Ahora tenemos toda la eternidad…
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Hay algo en los desiertos que me cautiva.
Los grandes espacios me encojen, me trasladan a otros mundos, me señalan con un dedo como si fuera un organismo fuera de lugar. Solo en lugares abiertos de extrema soledad somos más conscientes de nuestra insignificancia, como un baño de humildad. Y esa es la magia de las grandes montañas, llanuras y, por supuesto, los desiertos.
Pero es que además, estas tierras áridas encierran algo misterioso y sobrecogedor: andan, caminan, se desplazan, tienen vida… y te cantan.
Solo existen 30 desiertos en el mundo que “canten”, y han sido muy estudiados por los geógrafos.
Uno de ellos es el de Namibia, un pequeño paraíso que me muero por visitar.
Aquí , la arena, finamente pulida, se desplaza por debajo de tus pies cuando caminas, resbalando sobre la cresta de la duna.
La superficie lisa y acristalada de los granos de arena se desliza una sobre otra creando una pequeña avalancha que roza como el arco en la cuerda del violín, emitiendo sonidos agudos y susurrantes.
En un paseo continuado parece acompañarte una suave melodía que ha dado lugar a numerosas leyendas entre los habitantes del desierto. En ellas nos hablan de espíritus que te cantan para desorientarte y llevarte al interior, donde la supervivencia es casi imposible.

Yo quiero ir al desierto, quiere contemplar como el paisaje cambia a mi alrededor sin moverme del sitio. Quiero que el planeta cante para mí mientras me pregunto si quiere bailar conmigo.




Esta mano es obra de un escultor chileno, Mario Irrázabal, y se encuentra en el desierto de Atacama.





No quiero ni imaginarme la cara de alguien que vaya caminando por ahí y de repente se encuentre esto sin saber de donde ha salido...jajaja
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Pues sí, pienso retomar el blog. ¿por qué?
Porque me lo merezco, por que quiero, porque saca lo mejor de mí, porque lo necesito, porque quiero a mucha gente que postea en él y no la quiero perder y porque me da la realísima gana.

No pienso editar lo que escribí(NUNCA volveré a escribir aquí) porque me demuestra que soy una bocazas, que yo misma he dicho muchas veces que NUNCA es un concepto temporal que realmente no existe.

Creo que cuando algo me afecta siempre tiendo a autocastigarme, y eso se va a acabar.

He dicho.



Proximamente nuevas ...teorías :)