Diariamente nos cruzamos con multitud de personas.

Viejas, jóvenes, fornidas, delgadas, bajitas...
Conoces aún más a lo largo de tu vida. Conocemos muchísimas. Y solo unos cientos entran a formar parte de nuestra reducida lista de gente conocida o amiga.

Pero solo en ocasiones muy contadas podemos encontrar a personas maravillosas, especiales, las que brillan con luz propia.

Para mí esas personas son aquellas que sobreviven por encima de todo, que su corazón no late lo suficientemente deprisa. Que miran al horizonte y donde la gente ve el final de camino, ellas ven un mundo por explorar.
Porque tienen hambre. Hambre de todo, de conocimientos, de paisajes, de lenguas, de aromas, de sonidos y colores inexplicables. Y ese ansia inclasificable por verlo todo, conocerlo todo y andar, andar siempre hacia delante, les consume y les asfixia cuando se encuentran encerrados en jaulas de oro.


Y la gente que les mira no les ve.
Y la gente que les ve no les mira.


No entienden, no comprenden, este motor imparable que necesita llevarte a los confines del mundo aunque sea descalzo.

Personas que pudieron morir jóvenes y quizás de una manera absurda, pero murieron como mueren los árboles, de pie.

Son mis héroes, mi inspiración, mi recordatorio de sueños incumplidos.

Arthur Rimbaud, Alejandro Magno, Cristopher McCandless, Alexandra David Neel...

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